viernes, 26 de diciembre de 2014

NOS QUEDA LA PALABRA 44


JUEVES 5 DE JUNIO DE 2014

PROGRAMA 22 / CURSO 2013 – 14

ABDICACIÓN

Abdicar es un verbo que se conjuga poco, porque no es muy habitual que alguien renuncie a las ventajas o derechos que tenga, salvo que la edad, los achaques o las enfermedades le impidan desarrollar con lucidez las funciones de su cargo, o que las circunstancias le obliguen a ello.
Dicho de un rey o de un príncipe, el diccionario define abdicar como la cesión o la renuncia que éste hace de su soberanía. Teniendo en cuenta que la democracia es entendida también como aquel sistema de organización política y social en el que la soberanía reside en el pueblo, parece que monarquía y democracia no son sistemas muy compatibles, salvo que queramos hacerlos compatibles por intereses, situaciones o coyunturas que nos aconsejen o nos impongan su conveniencia o su oportunidad. Si no somos súbditos sino ciudadanos, lo lógico y sensato es que actuáramos como tales, es decir, expresando, decidiendo y proponiendo las razones y los principios por los que queremos obligarnos dentro de un sistema de organización política. Del súbdito se espera sumisión, obediencia o aceptación sin más. Del ciudadano se espera sentido crítico, análisis, razonamiento y, como consecuencia de ello, consenso o discrepancia.
En cualquier caso, parecería razonable que se sometiera a consulta de la ciudadanía cada cierto tiempo el tipo de régimen que prefieren, ya que, en definitiva, es ésta la que debe decidir por dónde quiere transitar en el futuro, que no puede ser impuesto para siempre y para todos por una generación, por muy preparada que esté o por mucha razón que tenga. Y cada cierto tiempo puede ser, por ejemplo en una monarquía parlamentaria, como es el caso de España, cuando a un rey deba sucederle otro, porque el momento debe proporcionar la voz y el voto necesarios para que ese ahora concreto no se convierta en una nueva imposición de los que prefieren la permanencia del statu quo frente al consenso de una consulta, que garantizaría y legitimaría, además, la continuación o no de una determinada organización política y social.
La mayoría de edad, considerada tanto individualmente como de forma colectiva, se mide por el grado de autonomía y de criterio a la hora de tomar decisiones por parte de los individuos que conviven juntos en un determinado tiempo y lugar, y nadie puede imponerse a la fuerza como tutor de una comunidad transmitiéndole sus normas, opiniones, dogmas, tradiciones y creencias sin darle la oportunidad, al menos, de discrepar.

(JPS. 2 de junio de 2014)



Juan Verde, José Ramón Hernández, Joaquín Paredes, Tino Soria y Javier Escudero



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